Recuerdo que ese día estaba a punto de irme del retiro. De repente la vi de espaldas, llevaba dos palos de estos de senderismo para apoyarse al caminar. Me llamó la atención por la rapidez con la que andaba. Salí corriendo tras ella, me acerqué por la espalda, bajé el ritmo, no quería asustarla.
-Perdone, ¿puedo hacerle una foto?
- Pero con gafas. (y detecto algo de acento)
- ¡Claro, genial! ¿Es de aquí?
- No soy de Berlín.
Comencé a hablar con ella. Su nombre, Anna. Me contó que cumplía años en tres días, 82 nada más y nada menos.
Le pregunté de donde era, vino en los años 50 a estudiar y con una sonrisa pícara me agarra del brazo y me cuenta como un secreto:
-antes de volver me enamoré de un españolito.
Le encanta la ópera y se ha regalado a sí misma una entrada para la ópera por su cumpleaños.
- Me he gastado mucho dinero en la entrada, pero es que es el único lujo que me doy. El resto del año voy al Cine, ese... como se llama, ahora no me acuerdo hija, pero que ponen la ópera en directo.
Me cuenta que va sola porque es viuda desde hace ya 10 años,
- pero me encanta ir sola a la ópera. Yo patinaba muy bien.
-¿Si?
- Antes había una pista de patinaje al lado del Santiago Bernabéu, yo iba mucho con mi marido.
Al final de la conversación saca su móvil y me dice que le haga una foto, que ella no sabe hacérsela sola.
Llevo desde entonces buscándola para darle su foto impresa, no la he encontrado aún. Pero no pierdo la esperanza. Siempre llevo las fotos en mi bolso.